Las obras costeras y marítimas representan uno de los mayores desafíos en la ingeniería geotécnica. A diferencia de las construcciones en tierra firme, estos proyectos deben enfrentar condiciones ambientales extremas, suelos de baja capacidad portante y una interacción constante con fenómenos como las mareas, el oleaje y la salinidad. Muelles, espigones, rompeolas o diques son estructuras que, para garantizar su estabilidad y durabilidad, requieren un estudio profundo de las condiciones del terreno sobre el cual se erigen.
En zonas costeras es común encontrar suelos arenosos, limosos o con presencia de turbas, todos ellos caracterizados por una alta porosidad, baja cohesión y saturación casi permanente. Estas condiciones reducen significativamente la capacidad de carga del suelo y aumentan su vulnerabilidad ante fenómenos como la licuefacción. Este último, ampliamente documentado en contextos sísmicos o dinámicos, consiste en la pérdida repentina de resistencia del suelo saturado, lo que puede desencadenar asentamientos diferenciales o incluso el colapso de estructuras si no se ha previsto adecuadamente.
El comportamiento del terreno en estas condiciones también se ve afectado por procesos de erosión, sobre todo en áreas donde las corrientes marinas o el oleaje tienen un impacto constante sobre la línea de costa. Esta erosión no solo representa una pérdida progresiva de material superficial, sino que también puede socavar cimentaciones, alterar la geometría del terreno y comprometer los sistemas de contención. La evaluación de estos factores es esencial en la fase de diseño, y requiere la aplicación de metodologías específicas que integren ensayos in situ, estudios hidrogeológicos y modelos de interacción suelo-estructura.
A nivel práctico, la ingeniería geotécnica ha desarrollado diversas soluciones para enfrentar estos retos. Entre ellas, la compactación dinámica ha demostrado ser efectiva para mejorar suelos arenosos en áreas donde las intervenciones convencionales son limitadas por el acceso o por restricciones ambientales. Por otro lado, en suelos de baja cohesión, las inyecciones de mezclas cementicias o químicas permiten mejorar la resistencia y reducir la permeabilidad del terreno. Cuando se requiere una transferencia de carga a estratos más profundos, la implementación de pilotes—ya sea hincados o perforados—es una alternativa confiable, especialmente en muelles donde las cargas son variables y el tráfico pesado es constante.
Adicionalmente, el uso de geotextiles y elementos de refuerzo como geoceldas ha cobrado protagonismo en la estabilización de taludes costeros y el control de la erosión superficial. En combinación con sistemas de drenaje vertical o horizontal, estas soluciones permiten acelerar los procesos de consolidación del suelo y controlar las presiones intersticiales, reduciendo así el riesgo de fallas geotécnicas por sobrecargas o vibraciones inducidas.
Cada una de estas soluciones debe ser evaluada en función del contexto geológico, ambiental y constructivo del proyecto. La recopilación de información mediante ensayos como el SPT, CPTu, pruebas de consolidación o análisis triaxiales permite establecer parámetros clave para un diseño geotécnico seguro y eficiente. No existe una solución única aplicable a todos los casos, pero sí un principio común: la necesidad de entender el comportamiento del suelo como un sistema dinámico, en constante interacción con el entorno marino.
La ingeniería geotécnica, en este tipo de obras, no solo busca asegurar la estabilidad estructural, sino también anticiparse a los procesos naturales que podrían modificar las condiciones del terreno a lo largo del tiempo. Esta visión a largo plazo es esencial para obras que, como los muelles o los diques, están destinados a operar en contextos cambiantes y exigentes. Por ello, un análisis geotécnico riguroso no es un lujo, sino una necesidad fundamental para garantizar el éxito técnico y operativo de cualquier intervención costera.